La
Batalla de Vitoria fue una cobarde agresión por la espalda a un ejército en
retirada. A un ejército y una población civil que lo acompañaba. Un sanguinario
ataque por la retaguardia con un único fin que no era otro que el expolio de
los tesoros y bienes que llevaba el ejército francés. Con un único fin, el
lucro propio de los generales y la tropa británica. Ni siquiera con la intención de devolver aquellos bienes a sus propietarios
verdaderos, que no se intentó, sino con la intención de apropiárselos.
Ese
hecho y ningún otro fue lo que evitó el saqueo de la ciudad. La supuesta, ponderada y casi santificada “heroica
acción” del General Álava entrando en la ciudad y ordenando el cierre de las
murallas no tuvo ningún sentido práctico. El verdadero botín, y los ingleses lo
sabían, estaba extramuros. El General Álava acudió raudo a su propio Palacio de
la calle Herrería, nunca sabremos si a protegerlo, que lo primero es lo
primero, o a satisfacer otros deseos y necesidades de los seres vivos.
El
ejército de José Bonaparte venía desde Madrid en retirada hacia Francia, eso es
absolutamente claro. El ejército inglés no podía dejarle escapar con el botín y
no lo hizo y se apropió de él y lo hizo aquel 21 de junio de 1813 en Vitoria.
Lo hizo además, a costa de 15.000 bajas, entre las que se encontraban las de
muchos alaveses que no habían hecho otra cosa que la de estar ahí, y esto es
también absolutamente claro. El resto, las bajas, los heridos, los muertos, los
saqueos, los robos constituyeron parte de lo que hoy en día llamaríamos “daños
colaterales”. Unos daños que se reprodujeron dos meses después, el 31 de agosto,
cuando el ejército inglés y el General Wellintong invaden San Sebastián, y a
falta de los bienes, ya esquilmados del ejército francés, se dedican a saquear,
robar, violar, asesinar a sus habitantes e incendian la ciudad.
Esta
es la historia. Pero evidentemente la historia la escriben los vencedores. Los
vencedores fueron los ingleses y escribieron su historia.
Esa
es la historia que los vencedores crearon y nosotros debemos creérnosla.
Y
ustedes lo conmemoran, lo celebran y hasta lo recrean.
Una
pregunta al aire; ¿Qué nos parecería, a día de hoy, que en 2176 a alguien se le
ocurra celebrar, conmemorar o recrear el asesinato de cinco obreros, que
participaban en una reunión en el interior de una iglesia, en una tarde de un
tres de marzo de 200 años antes?
¿Qué
nos parecería que esto se hiciese para atraer turistas y con un fin
eminentemente economicista, y a mi juicio de muy bajo y escaso calado cultural?
En
fin a Vds, a los programadores, celebrantes y recreadores les corresponde la
responsabilidad y ni siquiera se sonrojan. La historia les juzgará.
Pero
ya se encargarán, como se encargaron en 1976, de escribir la historia que les
interesaba contar.
Pedro Elosegi Gz. de Gamarra
Procurador del Grupo Juntero EAJ-PNV
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